sábado, 3 de octubre de 2009

Plegado, replegado, desplegado




Vamos a la playa

El disco duro del universo guarda atardeceres, personas, voces, historias, itinerarios, imágenes, colores.
VAMOS A LA PLAYA fue otro evento gratuito y sorprendente. Desde el principio hasta su final, esta es la crónica, su precario registro.
Personas, como yo, con memoria relatan lo sucedido en escritura.
VAMOS A LA PLAYA, jornada de performance organizada y convocada por Henrik Hedinge y yo, Ezequiel Romero, por exceso de lluvia, o por falta de personas interesadas en participar de este tipo de acciones parecía que no se haría.
Pero aquella tarde de febrero, después del diluvio, en Florida, Vicente López, apareció un sol hermoso, y a la jornada vinieron las personas indicadas, ni una más ni una menos.
Se realizaron dos acciones y posteriormente, en la terraza de un edificio cercano, hubo otro par de acciones complementarias, que si tuvieron registro.
Bajo del tren, estación Vicente López, suena el celular. Atiendo y es Marta del Pino, que dice:
-¿Dónde estás?
-Bajando del tren, a cuatro cuadras de la esquina de Melo y Paseo de la Costa, donde citamos a la gente. ¿Y vos, Marta?
-Yo estoy con Vera (su beba de por entonces seis meses) sobre una especie de plataforma, frente al Monumento al Fin de Milenio.
-¿No hay un chico rubio con el pelo corto de un lado y largo del otro y seguramente vestido de amarillo y rojo?
-Sí, está en dirección donde yo estoy, tirado en el pasto, mirando el río.
-Ese es Henrik...
- Ah, ese es el sueco...
Sobre aquella pequeña plataforma de madera, a la que le faltaba una parte, estaban madre e hija. El mordisco de animal gigantesco, dejaba al descubierto la estructura tubular de la plataforma. Sobre la parte recubierta disfrutaban del sol Marta y Vera.
Henrik realizaría poco después su acción en este espacio casi semi-teatral, frente al monumento al Fin del Milenio, mientras que mi performance sería la ribera de la playa.
Después de la presentación, Marta nos preguntó:
-¿Y por qué eligieron este lugar para hacer el evento?
-Es más como un taller-evento que un evento, dice Henrik. Miro la costa, donde abundaban las parejas que también contemplan entre dormidas el agua y asiento.
-Nuestra idea era realizar acciones en contextos urbanos. En Florida, vive un amigo colombiano de Henrik, y una tarde fuimos a visitarlo. Como teníamos que esperar a que regresara de su jornada de estudio, preguntamos por el rio y nos vinimos a conocerlo.
Pasamos horas yendo y viniendo por la costa, realizando caminatas al azar. Fuimos reconociendo su constelación irregular, la costa resplandeciente de basuras, donde las personas, especialmente familias, paseaban, y los ciclistas solitarios, circulaban, y los niños jugaban.
Una serie de construcciones extrañas, que resultaron ser un anfiteatro, y otro espacio, zona de un amarillo intenso, playa artificial que el Gobierno de la Ciudad había creado de la nada, para disfrute de los porteños en verano, fueron dos de los espacios que pensamos como probables.
Henrik ve personas que jugaban con discos pequeños. Es el juego del tejo, le explicamos.
Más tarde fuimos a comprar empanadas y comimos frente a la costa. La luna emergió del horizonte. Una gran embarcación de velas anaranjadas. Maravillados por el lugar amplio y la atmósfera íntima, soñamos esta jornada al aire libre.
Al rato Marta y Vera se fueron, pero poco después llegaron otros amigos: Pedro y Cecilia.
Henrik se subió a la estructura, puso un papel rojo, y encima un envase de hisopos para el oído. Tomo uno, procedió a destaparse un oído, y luego tomo otro, destapo el otro.
Henrik se limpia los oídos e invita a que lo sigan.
Hay que destapar nuestros oídos de la oto-obstrucción (término que inventó Pedro)
Cuando me toco el turno, miré las estructuras de las dos torres del Monumento del Fin de Milenio (creación del arquitecto de vanguardia argentino Amancio Williams, quien proyectó este monumento en memoria de su padre, el compositor Alberto Williams)
Fue como introducir aquellas dos estructuras en mis oídos.
Mientras destapaba, entre otras cosas, intuí que podía absorber toda la belleza que pudiera.
Dentro de uno yace la posibilidad de absorber belleza.
El desafío es poder compartirla con otros (por ejemplo con vos, que me lees en este momento) si podemos superar la obstrucción general en la que vivimos.
Después que limpiamos nuestros oídos, invitados por Henrik, aplaudimos.. él hace una reverencia y su acción termina.
Ahora esta crónica de la segunda parte del evento Vamos a la playa.
-Quiero hacer mi acción... ¿Vamos?
Caminamos y cruzamos un pequeño puente. En Nosferatu (Murnau, 1922) se lee: "Pasado el puente, los fantasmas llegaron a su encuentro"
A partir de este cruce, la acción ha comenzado...
Un ciclista nos mira. Somos un grupo extraño. Me dirige una mirada no exenta de curiosidad, acaso de deseo. ¿Sabrá que voy a accionar?
Yo visto todo de naranja.
-¿Y por qué el color naranja? pregunta Henrik.
-Kandinsky afirma que el anaranjado suscita sentimientos de fuerza, energía, ambición, determinación, alegría y triunfo.
-Para Goethe el naranja o “rojo amarillento” provoca choque, disturbio y produce la sensación de calor.
-Es color en su máxima energía, por eso gusta a niños, primitivos y bárbaros.
Llegamos a una playa de piedras solitarias.
-Pueden situarse...donde gusten, éste es una especie de sillón de living de piedra, digo señalando una piedra plana de gran dimensión que tiene otra piedra que parece su respaldo.
Toco las viejas campanillas de un desvencijado teléfono. El color del día, y ese sonido, combinados, son música.
Recuerdo la sensación angustiosa que me invadía cuando hablaba con mi pareja por teléfono, estando yo casi dormido, con riesgo de no entender lo que me decía.
Todo se deshace con la música en la tarde.
Una piedra, subido a ella, digo el texto de Borges escrito en mi bolsa de pan-capucha:
...En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y de los Inviernos. En los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.
Abro el paraguas amarillo y verde tropical. Lo abro entre las piedras. Reconozco el territorio, playa de piedras no naturales, piedras de relleno, piedras de casas destruidas...
Un segundo paraguas, mango de cuello de cisne, me sirve como bastón, apunto todo lo que mi vista puede comprobar, horizonte cierto.
Quiero colocarlo en el piso, pero el idiota viento lo desplaza. Las piedras no ayudan a que quede fijo pero lo vuelvo a posicionar, y así queda. Bajo esta protección voy sacando de mi mochila ciertos objetos (un libro, una pelota de golf, un plato amarillo, un cuaderno verde-amarillo con hojas en blanco, un paquete negro envuelto con una cadena plateada, un cono verde para apoyar la pelotita, un paquete envuelto en arpillera, un piloto)
Todo esto queda diseminado entre las piedras.
Detrás del paraguas textual (escrito con el mismo texto de Borges) me pongo el piloto. Por un momento quedo trabado en la prenda, algún alfiler de gancho oculto me detiene en un gesto semicongelado y luego de un tirón puedo calzarme la vestidura.
El piloto místico, al que cosí virgencitas y santos, que puse como botones, un poco para equilibrar el tono de Borges, ultra escéptico en materia religiosa. Su texto combinado con mi propia religiosidad.
Calzo un par de guantes anaranjados de cocina y una capucha que cubra el rostro. Pedro tiene miedo. Momento incómodo.
El sol rayado amarillo-naranja inunda mis ojos y me orienta. Alzo el paraguas, quedo suspendido y de repente asesto un golpe a la pelotita de golf. Pero la pelota queda cerquita.
Alguien pasa (un niño) y pregunta...
-Qué es lo que hace... y alguien contesta (su padre)
-Está loco...
Siento que la palabra ha caído justa.
Sus sombras, pasan. Recuerdo a Apollinaire: Tú lector, qué eres ¿loco o necio?
Voy mordiendo la bolsa-capucha, inmóvil. Se acercan a leer...lo que está escrito en la capucha.
Compruebo que ha atardecido lo suficiente como para decir que el día mudó su color. Esta capucha es la antigua bolsa de pan de mi casa. Y allí transcribí nuevamente el texto de Borges.
Hay todavía otro paquete envuelto en vieja arpillera, lo abro y saco y muestro papeles envueltos en otros papeles.
Tres colagges, resultado de unir diversos papeles personales y otros, como cartas amorosas de alguien que se despedía (después de una correspondencia amorosa trunca), una nota donde alguien pedía perdón por haber roto un papel, inicios de otra historia amorosa, apuntes que yo tomaba, cuando cursaba Literatura Española III, y leía "Fortunata y Jacinta", apuntes que yo tomaba con tinta violeta y pluma y también las hojas de un libro impreso en letra gótica, que debe tener más de ochenta años.
Corro a la orilla, voy saltando de piedra en piedra (¿me caeré?, no por suerte, pienso) Mi pie encaja en cada piedra, y al llegar a la orilla, percibo ya el maloliente perfume, y dejo los papeles...sujetos por piedras...que se van impregnando del agua turbia.
Pensé hacer grandes barcos de papel con ellos y botarlos en la orilla pero lo descarté porque el gesto me parecía privado y lejano para los que me estaban viendo.
Con la punta de los guantes tomo los extremos de los collages. Regreso de la orilla y muestro los papeles mojados. La tinta se corre...el papel se cuartea, y a través de los agujeros veo...que me están mirando con atención.
Siento que debo redondear mi acción...¿cuánto tiempo habrá pasado?...no lo sé...
Voy juntando cosas, deposito sobre la arpillera, formo un hato, y como un linyera (o la representación del Loco en el Tarot) coloco al extremo del mango de cisne del paraguas el atestado.
Regalo a Henrik un plato amarillo con letras rojas, objeto envuelto en un desinflado objeto (pelota amarilla transparente con lunares rojos) y el performance termina.
(Este gesto dirigido a Henrik alude al alimento, y responde a que, entre otras cosas, yo le di de comer para que él me alimentara)
En ese final estuvo el comienzo de nuestra colaboración y despedirme, fue como regresar al inicio.
Pienso, ahora, que él era el viajero, el varón prudente.
Y precisamente, Henrik ahora ha vuelto a su lugar de origen.
-Y los collagges, ¿no los llevas?, me preguntaron, después.
- No, son la ruina... ahora hay que esperar que vengan los animales y los mendigos...a cobijarse en ellos.
Caminamos de regreso por la senda. Enjambre de mosquitos alrededor de mi cabeza. Se obstinan en perseguirme.
La charla se vuelve algo cómico.
Detrás nuestro, vienen corriendo dos chicas y una señora joven (¿la madre?) Una de ellas increpa a la otra, de forma bastante agria, y siguen corriendo.
Cuando nos vamos, llega un grupo de personas al Monumento al Fin de Milenio, ríen y bromean, nos miran, curiosos, ellos parecen salidos de una propaganda de Campari, y pienso que suerte que no vieron mi acción, hubiera sido un hecho social, una vernissage, una bienvenida o una despedida.
Vamos caminando por la calle Melo, hay un periódico en el suelo, es de color rosa, lo levanto, hay fotos de Beckham, y está escrito en italiano.
Otro grupo de corredores viene por la calle, parece una maratón. Henrik quiere ofrecerles bananas, como quien sigue el recorrido.
La luna tiene forma de banana. Subimos escaleras. En la terraza haremos algunos videos.
Una escalera blanca, un velador rojo enfoca un sector de la terraza. Débil resplandor de la luz en la terraza.
Henrik coloca dos bananas sin pelar, encintadas de rojo, en cada brazo. Henrik, torso desnudo, pela y come la banana que tiene en el brazo derecho. Come su propio cuerpo. Me hace una seña, me acerco, y pelo la banana que tiene en su otro brazo, y empiezo a comerla, con los brazos tras la espalda, como si fuera un juego, en el que no hay que usar las manos.

Sentado sobre el piso, escribo sobre este suplemento deportivo del diario Correo della sera. Las páginas del diario son color rosa pálido. Ahí tirado en el piso voy escribiendo la crónica de este evento. Tres marcadores (rojo, negro cyan) me ayudan a describir lo que paso durante la tarde.
Luego desarmo el paraguas textual, separo la tela de su estructura de alambre, dejando la tela circular sobre el piso.
Sobre un suelo de mosaicos claros, plegados, replegados, desplegados por mis manos, en una terraza al aire libre...la doble página del diario italiano se convierten en sendos barcos.
Dos barcos quietos, se encuentran conectados, amarrados por cintas rojas. Cerca hay un círculo de tela impermeable, que fue un paraguas, sobre el color claro, el rostro de una mujer, y encima mi escritura a tres colores de el texto de Borges, que fuera motor de mi acción.
Y eso es todo.

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