domingo, 4 de octubre de 2009

Atrapado en el sueño del otro


Todo recomienza ahora. Una flor cae lánguidamente. O es que alguien la deposita grácilmente. Una mano muerta o una mano maniquí. Cuando la flor cae, ya es tarde, cae. El regreso es como ver un un film, o contar un sueño, cae. Y en esta tarde, circulamos por senderos como siglos, buscando la piedra, junto al umbral de la puerta, que marca la entrada al laberinto. La piedra cae, cae la tarde. Alzo la flor y en mi solapa, el emblema solitario y secreto de su devenir. Mis pies cansados, parecen sandalias de arena, marcan, paso a paso, el paso del tiempo. En el umbral de tu casa. El timbre de la puerta suena como dentro de una caracola. Nadie aparece, nadie abre. Saco una llave oculta, de entre mis ropas. La llave es como un misterioso clavo que perteneciera a una máquina que ya no existe. Cae la pesada llave, y la alzo. Cae la flor y la alzo. Abro y entro a la casa desierta. Recuerdo esta casa, tal como estaba, cuando todo sucedió. Ahí esta la taza y junto a ella, el plato y al lado, el pan y el cuchillo; más allá, el teléfono descolgado, al pie de la escalera. El sillón junto a la ventana. La cortina ondulante. Cuando miro esos objetos, uno a uno, recuerdo algo. En su terrible mudez, de forma secreta, dicen algo que no puedo verbalizar. Caigo en la cuenta que no estás. Cuelgo el teléfono, subo las escaleras. Me adentro en tu recuerdo. Las escaleras ascienden abismalmente. Y en las ventanas del cuarto superior, las has dejado abiertas, una tela de leve gasa negra, casi una rasgada cortina, ondea. Esa brisa me agita. Me envuelvo en esa tela, al compás de la brisa oscura. Un disco gira y reproduce lo que ya nadie oye. Levanto la púa. Regreso misterioso a la escena de la planta baja. Me recuesto en el doble sillón maravilloso, la onírica butaca donde vimos este film. Me entrego a mi propio recuerdo con placer. Los brazos del sillón y los nuestros se confunden en un mismo abrazo. Sueño que sueñas que entro en tu sueño. Hablas en voz alta. Dices: “Si vous êtes pris dans le rêve de l’autre, vous êtes foutu” (“Si usted está atrapado en el sueño del otro, está perdido”). Mi desvelo descorre, como una nube que pasa, la visión de mundo. Y, entredormido, miro por la ventana, como una sombra se cuela...allá bajo. Alguien abre la puerta con pesada llave. Voy a abrirle. Pero la sombra se va.
Salgo a la calle y la veo. Corro detrás de la embozada, extraña figura, oculta detrás de velos negros, que circula por el laberinto con paso regular. Corro pero jamás la alcanzo. Pero a veces ella gira y revela un poco su rostro. Pero es que no, ¡no tiene rostro! O es un rostro inhumano, plano, rostro-espejo. Grito contra ese espejo plano, sin sonido. Voltea y el reflejo corta mi rostro. Regreso al sillón donde sigo soñando. Pero los objetos dicen otras cosas. El brillo del cuchillo, el torturado teléfono, ahora infunden temor. Las locas escaleras me arrastran. El disco concéntrico no para. Y sueño, y dentro del sueño, la persecución fantástica comienza. Quien ha soñado, quien sueña y el que soñará, abrazados, en el sillón, intercambiamos miradas. Y las tres te miramos dormir. Y en tu solapa está la flor. Y en tu mano la llave. Pero solo uno podrá tomar el cuchillo con ojos relucientes. Se acerca al dormido, y me despierta.
Un joven de ojos lánguidos me mira entredormido.
Una taza, un plato, restos de pan y un cuchillo. Un teléfono descolgado al pie de las escaleras. Un sillón negro frente a una pantalla. Infunden nuevas significaciones. Su pelo rizado se obstina en bucles. Niega pero está rizado, condenado a repetir una historia anterior.

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