martes, 2 de abril de 2013

Cuento (escrito con Abel Azcona)

Ya no quedaban lágrimas. Únicamente el miedo de no poder volver permanecía en el interior del espíritu de aquel maldito muchacho. Pánico a no encontrar de nuevo ese camino que le llevaba a la salvación. Por eso optaba por mirar hacia otro lado. Miraba pantallas, vidrieras, opacas o traslúcidas, miraba desde dentro o desde fuera, pero siempre había algo que se interponía entre su mirada y lo que deseaba no ver. De nuevo presente entre mirada y objetivo, estaba ese temor al no retorno. A no volver a poseer la ternura de aquellos labios olvidados. Auto culpándose del abandono de forma continúa. Ya no veía. Aunque en realidad aquello era el menor de sus problemas. (El otro lado no siempre está en otro lado, solo está en los espejos) Los espejos del muchacho, algunos velados en su propia casa, a fin de no ver la metamorfosis del rostro, y sin embargo su fascinación por los reflejos, lo hizo llevar varios espejos, con muchos tamaños y usos (el del bolsillo, por ejemplo, le servía para ver a aquel personaje oculto que de tanto en tanto lo seguía) Pero en realidad las dudas seguían presentes. Una vez había prostituido su mente, ya no podía concebir cual era el personaje real y cual el ficticio. Tenía reflejos, pues era humano. Pero desconocía totalmente la diferencia entre el reflejo falso y el verídico. Cuando un hombre juega a diario a ser lo que es, la propia mimetización con un nuevo alter ego llega a confundir al propio protagonista de la mentira. Confundido, desorientado, vagaba por los alrededores de las tabernas, sin animarse a entrar, por miedo de que el Doble, el otro, estuviese ahí, bajando la mirada e invitándolo a tomarse un trago... con él mismo. El alcohol facilitaba el otro yo de aquel maldito muchacho. Por esa razón aquel personaje anterior, el prohibido, el olvidado, probablemente permaneciera atado siempre a aquella botella de aguardiente que ayudaba a ser un sujeto diferente. Zas! Se golpeó la cabeza, ya recordaba! Una vez de pequeño su madre lo sostenía en brazos, detrás de la ventana, ella esperaba, a que llegara el padre, borracho perdido, para escaparse con el niño, y evitar al marido. Pero cuando apareció la sombra del hombre, la mujer desesperada, tomó al niño, y al querer salir, pegó su cabecita contra la ventana. Perdió el conocimiento. Únicamente recuerda que lo llevaron a una casa de acogida religiosa, donde tuvo que rezar por el fallecimiento de sus padres. Una asesinada, el otro también apareció muerto. Aunque nunca se supo que ocurrió realmente con su padre biológico. En la casa religiosa se hizo amigo de un seminarista extraño, que tocaba el piano y le hacía leer las genealogías del Génesis. Fue su primera experiencia sexual. Todavía siente el olor de su sexo en su boca. Ese olor a sotana o a sótano. A sot ano, en algunas ocasiones. "He pasado treinta años de mi vida deseando apasionada, ciegamente, que las cosas sean diferentes de lo que son”-se dijo una vez. Aunque en realidad era consciente que a pesar de no ser quien verdaderamente era, había tenido vivencias y oportunidades que habían hecho de su vida una experiencia realmente satisfactoria. Con esta idea en mente, empezó a caminar rápidamente hacia el lago. Solo con la idea de mirarse reflejado y ver que era lo que iba a encontrarse. La mañana era fresca y ligera pero las aves estaban calladas. Qué bello silencio, pensó. Pero sus propias palabras lo sacaron de su ensoñación. Tomó una piedra y la tiró al lago. Las ondas concéntricas daban forma espiralada a su figura de maldito muchacho. Se acercó más al lago, mientras los círculos se iban aquietando, no ya debido a la piedra, sino a su propia presencia. Su miedo, su yo prohibido estaban al otro lado del agua. Le observaban. "O me voy con él o él se viene conmigo o nos separamos" Recordó que aquel ser era su conciencia, ese torvo espectro cristalino. Después de varios minutos se desnudo, exteriormente ya que interiormente se sentía desnudo hace tiempo, y se lanzó al agua. Su cuerpo pequeño floto un poco, mientras sentía la dulzura del agua, las plantas (o algo) lo rozaba entre las piernas, algo mórbido y delicioso, su cabeza flotó hacia atrás, así vio el cielo, y sintió como la presión lo jalaba hacia abajo, su visión se tornó submarina. Dentro del agua al contrario que en el exterior, no se ahogaba. Se sentía el mismo, no necesitaba verse reflejado en nada. Sabía quien era. Era consciente de sus sentimientos y de su realidad. El agua fluía por su cuerpo y purgaba su alma. Se sentía limpio de miedos y lo más importante: del pasado. ¡Ya no quedaban lágrimas, todo era líquido! Ese camino de agua supuso su salvación. Su cuerpo se estremeció. Orinó dulcemente y sus piernas captaron el cambio de temperatura. Como un ser amniótico, se tomó a una especie de liana y recobró la memoria prenatal. Asido al cordón, ligado al suelo del lago, se quedó ahi, arrullado por la corriente de la vida. En el exterior nunca más se supo, en el interior solo agua, ya no se veía culpabilidad. Su desnudez le reveló la fragilidad milagrosa y vertiginosa de estar vivo y el agua le enseñó que su piel podía diluirse en el espacio y con ella la culpa. Su cuerpo que hasta entonces había sido un nudo de nervios se convirtió en milagro.

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