martes, 29 de septiembre de 2009

Idealismus.

Me caliento un café para comenzar. La primavera de las 5 AM es fría. La negra primavera de la que habla Henry Miller. El andén del tren. El Abrigo detrás del abrigo. El libro que vendrá se abrió en el regazo, como un gato, se deslizó y ronroneo un rato.
Comenzar a narrar y a recordar un viaje en Ovnibus no es fácil. Como viajar por un territorio cambiante adherido a las alas de una mariposa. Una mariposa embrión de huracán.
No es fácil, del mismo modo en que un evocar un estremecimiento no precisa de otro modo que no sea el recuerdo físico.
Y este roce de la hoja de un libro, mientras tipeo, tampoco se verificaría sin esa otra asociación casual entre mi mano y el volúmen que se abre y del cual cito: ...había como un fracaso total, un juego de tensiones mal orientadas, un sistema que en vez de cristalizar, se trizaba fragorosamente y se hacía polvo. (Anotación del manuscrito del capítulo 51 de Rayuela, Cortázar)
El silencio es otra forma de comenzar, mientras el café hace equilibrio en la hornalla, te pregunto: ¿qué es lo contrario del silencio? Una improvisación que duró 2 o 3 horas.
Esa lejana cucharita que golpea la taza del café, por ejemplo, es otro modo de subrayar el silencio y de ingresar al recuerdo de la noche.
Volkar, palabra muy elocuente, puede ser otra forma de recordar.
Recuerdo que cuando salimos, quejándonos del frío semiglacial, a las 5 AM, deseabámos que una puerta mágica se abriera en el universo, y que una mano nos transportara a nuestros tibios lechos.
Pero cuando abrimos la pesada puerta, leímos Volkar inscripto en el volquete. Y dentro, un hombre intentaba conciliar el sueño. ¿El sueño? ¿El metal de sueño o el sueño de metal?
Sorbo el café. Recuerdo las conversaciones, los retazos de las conversaciones, ese manto raído con el cual las palabras sirven para abrigar. Pero prefiero la música (que no se oye) o el silencio (que se habla y no se hace) o una mirada de ojos arrugados o un mate mal cebado o un vidrio enorme que inmediatamente se triza.
Porque ahora que lo recuerdo, improvisamos toda la noche.
Impulsados por las energías de Kafka (Desde el río el grito se oye más fuerte), Cage y Cia, improvisamos toda la noche.
Liberamos la percursividad. Los espíritus. Los cuerpos. Los vidrios. Los ojos. Las manos. Las rajaduras en la pared. La luz que no se apaga. Las manchas de los pulgares.
El frío -que no sentíamos- se colaba por el cuerpo introduciéndose como bebida fría.
La política del Gran Vidrio se hace trizas.
El tibio sol que se cuela por el vidrio no llega a calentar mis pies.
Había una señora vestida de verde inglés. La veíamos en el otro vagón. Estaba parada pero era tan escasa de estatura que parecía sentada. Se quedo un rato largo, parecía que se acomodaba la medibacha, acto totalmente coherente, si se quiere iniciar un viaje con todo en su lugar.
La risa colectiva nos hacía entrar en calor. No morirse de frío por morirse de risa. Morirse de risa es un arte (como cualquier otro)
¡Todo es posible!
La chica tiene una especie de despacho donde crea. Conecta su granja interior con la Granja Exterior.
No la veía hace mucho tiempo. ¿Qué pasa con nosotros cuando alguien deja de vernos? O al revés, ¿qué pasa con alguien cuando dejamos de frecuentarlo? O se desvanece o se hace más fuerte.
Recuperar no es lo que mismo que recaer. Así como arriba no es lo que mismo que abajo.
Y cuando subí a la escalera, para leer, sentí que era cuestión de no perder el equilibrio.

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