martes, 10 de noviembre de 2009

Caminaba por la delgada vereda de un sueño.

Caminaba por la delgada vereda de un sueño
Y te hallé, salvaje y taciturno,
Perdido en una pampa electrizada
Romance oscuro del pasado, lastimosa desmesura.
Montado sobre tu lomo el horizonte gira.
El verano aún no ha regresado y desconozco tus señas.
Esta noche dejaré una misiva para que tu mano de niebla la tome.
En el sueño leerás tranquilo mientras beso tus crines.

Me despierto y entiendo que debo ser paciente. Espero que la espera tarde poco. Esta inquietud turba mi corazón de cristal.

Gota a gota, la lenta diseminación, revela una fascinación grande: ¿pasaré de ser invisible dador a ser recibidor real? ¿seré el destinatario de un encuentro secreto, lejos del mundanal ruido?

En mis torsiones, y entre las secretas figuras del ansia quema, se engendra la incesante reproducción de una escena, cuyo teatro de insomnio, me hace pasar noches blancas.

Las fotografías, de frente y perfil, se desvancen al pulsar teclas.

Entre flores de sueño la felicidad se abre como un paisaje; pero hay un súbito repliegue y el desconcierto cunde como una nube que obtura el sol. El anhelado día se parte en dos y algo se va lejos.

¿Más, dónde? La mente no alcanza a determinarlo. Lleno y vacío, quedo como una gruta donde entra el mar.

Cuerpo a cuerpo, deseo un abrazo circular, musical. Abrazo, entonces, la idea de cuerpos traslúcidos sin opacidades.

Si esa seductora figura del deseo puede, con cierta magia, superar la distancia y llegar al otro, pienso, seremos dos, los asombrados.

Estas palabras efectúan una mise en scene rápida, performance espectral, que va de la sobriedad al delirio.

Si todo diálogo es un intercambio, qué no habrá que decir de los diálogos del silencio que se establecen entre personas que no se conocen pero se presienten.

Por momentos la grieta se resquebraja, y lentamente nos introducimos en la hendidura. El ser se precipita, como Alicia, en una caída infinita. ¿Habrá un colchón que amortigüe caída tan fenomenal?

Sueño con un portal minúsculo, un capullo donde guarecerme de la lluvia ácida. Después que pasa el fatal aguacero, salgo, abro mi pequeño paraguas, y me dispongo a caminar por las aceras mojadas. Tengo pluvial emoción. Voy al encuentro del desconocido amigo.

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